Los humanos somos optimistas por naturaleza al gozar de un cerebro positivo irracional. Creer en un futuro mejor nos predispone a estar más sanos, a esforzarnos más, a perseguir metas con mayor perseverancia, a poner más empeño en nuestros proyectos.
Es una cuestión de supervivencia.
Piensa si te crees más o menos diestro al volante que los demás. Probablemente estes convencido de que lo haces mejor. El 93% de la población cree estar por encima de la media en cuanto a conducción, pero eso es imposible pues no todos podemos ser superiores al promedio. Esto es lo que se denomina ilusión de superioridad.
Otro ejemplo: se acercan las vacaciones y dudas entre realizar un viaje a algún lugar remoto o pasar un relajado estío en el pueblo de la costa de toda la vida. Sea cual sea el lugar escogido, seguramente dareis con muchas razones lógicas (llámenles excusas) para creer y justificar que la elección tomada fue la mejor. Tendemos a pensar que nuestros motivos son fundados y a este hecho se llama la ilusión introspectiva.
En tercer lugar, pese a los altibajos de la vida, sobreestimamos las experiencias positivas que nos depara el futuro e infravaloramos lo negativo. Seremos longevos, tendremos éxito profesional, gozaremos de una salud de hierro… En definitiva, el futuro será mejor que el presente. Quizá acabe siendo así, pero no tiene por qué; muchas veces las expectativas se tuercen. Es el llamado sesgo optimista y este carácter nos permite salir adelante y no parar.
La mejor noticia es que podemos ser conscientes de esta visión optimista de la vida ya que sucede lo mismo que con las ilusiones ópticas, que aunque uno las entienda, no desaparecen.
Así que ya sabeis: poneros las gafas de cristales rosa y saca partido a tu optimismo.
***Estudio de Tali Sharot
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